La tecnología actual nos proporciona una calidad de vida enorme, inédita en nuestra historia, pero también está modificando cómo vivimos, nuestra conducta cotidiana», explica Ernesto de la Cruz, investigador responsable del departamento de actividad física y deporte de la Universidad de Murcia. Esta transformación se hace evidente en nuestros hábitos: la tecnología nos vuelve más sedentarios. Pero no está tan claro el alcance de ese impacto ni el efecto que tiene en nuestra salud. «Es necesario abordar este efecto colateral de la digitalización porque en términos sanitarios tiene un coste económico muy importante», advierte el experto.
El último estudio publicado por De la Cruz junto con Antonio Moreno y Jesús García responde a la necesidad de poner cifras a este desequilibrio. Según sus cálculos, por cada décima que un Estado avanza en el índice de economía y sociedad digital (DESI) que elabora la Comisión Europea, sus ciudadanos pasan 12,6 minutos más al día en sus asientos. «Nos dedicamos a lo que se conoce como epidemiología social, que es una rama dedicada al estudio de los efectos de diferentes factores estructurales y sociales sobre la salud de la población» precisan.
En el caso del progreso tecnológico, parece que los efectos de esos avances se hacen patentes en nivel de actividad que incorporan nuestras rutinas y, consecuentemente, en nuestra salud. “Se ha descrito que pasar sentado más de la cuarta parte del día (quitando horas de sueño) incrementa la morbilidad y la mortalidad por todas las causas, con independencia de que se haga ejercicio dos o tres veces por semana. Pasar más de cuatro horas sentados tiene un efecto negativo sobre nuestra salud”, señala el experto.
Los investigadores confirmaron sus sospechas a través del estudio de la relación entre el índice DESI y el tiempo que pasamos sentados. De acuerdo con los datos de la Comisión Europea, Rumanía es el país menos avanzado en su transformación digital (0,33), y también es el que menos tiempo invierte en sillas, sillones sofás y derivados, concretamente, cuatro horas al día. En el otro extremo aparecen Dinamarca y Países Bajos: el primero lidera el ranking de DESI (0,71) y ocupa el segundo puesto en cuanto al tiempo que sus ciudadanos pasan sentados (6 horas diarias), mientras que Países Bajos, que se lleva el oro en esta última categoría (6,5 horas), también forma parte del grupo de naciones más avanzadas en lo digital.
“Lo cierto es que no esperábamos encontrar tantas diferencias entre los países de la Unión Europea, pero existen diferencias muy importantes en términos de desarrollo de economía y sociedad digital, y consecuentemente, en el tiempo que la población pasa sentada en cada país”, comenta De la Cruz. España ocupa una posición intermedia: con un índice DESI de 0,54, los españoles pasan una media de 4,4 horas sentados cada día.
Más dispositivos, menos movimiento
Pero la relación con el indicador de digitalización no es la única variable que muestra este comportamiento. De la Cruz y sus compañeros también han abordado el fenómeno desde la perspectiva individual, tomando en cuenta el número de dispositivos digitales de consumo que posee cada persona. «Nuestro trabajo también apunta a que, efectivamente, tener más dispositivos supone pasar más tiempo sentado«, revela el investigador.
¿Podemos hacer algo para frenar el progreso tecnológico? No parece probable y muchos rebatirían la pertinencia de hacerlo. ¿Podemos despegarnos de la silla? Tampoco es fácil, pero hay algo de esperanza. “El problema es que en nuestro entorno, en nuestra jornada laboral o escolar, nos imponen ese sedentarismo. Y si añadimos el tiempo libre que pasamos sentados, es muy fácil rebasar esa cantidad. Hay que intentar, al menos, intercalar desplazamientos con frecuencia, a lo largo del día”, razona el experto.
Además, no se salvan ni los deportistas medianamente comprometidos. Dos sesiones semanales de ejercicio físico, media hora diaria… Todo se queda corto en lo que a gasto energético se refiere. “El movimiento total es lo que cuenta”, zanja De la Cruz. Su consejo es apostar por trayectos cortos en los desplazamientos cotidianos: “Caminar o usar la bicicleta para trabajar y comprar, usar escaleras… Y también organizar nuestra jornada para que podamos ser más activos. Institucionalmente hay que fomentar estos cambios, diseñar entornos y jornadas de forma inteligente, e individualmente hay que aprovechar cualquier oportunidad para mantenerse activo».
La tecnología como aliada
En línea con esto, es recomendable activar las alertas, sobre todo mientras duren las limitaciones que la pandemia impone sobre la movilidad. De la Cruz no cree que sea necesario, ni realista, bajarse del tren de los avances tecnológicos. De hecho, los mismos avances que nos mantienen en nuestros asientos pueden convertirse en herramientas para incrementar nuestra actividad. Teléfonos móviles, relojes inteligentes y pulseras de actividad ya incorporan aplicaciones que nos permiten evaluar nuestro gasto energético y fijar objetivos diarios.
Las empresas que nos dan esto dispositivos también tienen, opina el investigador, parte de la responsabilidad en cuanto al modo en que diseñan sus dispositivos: “Es una cuestión de supervivencia a tener en cuenta. Las tecnológicas que quieran tener futuros deben ofrecer a los consumidores productos saludables y sostenibles”
Los investigadores subrayan que durante años hemos dado por sentado que la digitalización tiene un impacto notable sobre nuestras rutinas, pero no se ha hecho especial esfuerzo en confirmarlo ni cuantificarlo. En este contexto, su estudio es el primer paso de un camino mucho más largo. “Hace falta un seguimiento para ver la evolución global de estos cambios estructurales en cada país, y evaluar las iniciativas institucionales para minimizar este fenómeno. Y también trabajos en los que se pueda evaluar de forma longitudinal qué impacto tiene la digitalización sobre las personas”, señala De la Cruz. “Es necesario que las instituciones y gobiernos replanteen este avance teniendo en cuenta criterios de salud y sostenibilidad”.
Fuente: Retina